jueves, 5 de abril de 2018

El Camino de Santiago: etapa de Pedrouzo a Santiago de Compostela

El Camino de Santiago: etapa de Pedrouzo a Santiago de Compostela


Los eucaliptos tapan las tres torres de la catedral en el Monte do Gozo

El albergue parece un complejo «fantasma», duerme poca gente y el bar está cerrado

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https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2018/04/01/eucaliptos-tapan-tres-torres-catedral-monte-do-gozo/0003_201804G1P8991.htm

Texto: E. V. PITA

Publicado por La Voz de Galicia el 1 de abril del 2018

Es medianoche. La argentina Valeria Giudice, de 27 años, ofrece unos espaguetis con tomate que un amigo alemán cocinó en un albergue privado de Pedrouzo (O Pino). Hay tertulia, cena y buen humor. La joven bonaerense aprovechó una pasantía de psicopedagogía en Madrid para caminar desde Sarria. Trabó amistad con una española, pero esta tomó un taxi para llegar a tiempo a su vuelo en Santiago. Su nueva amiga es la brasileña Natalia Ponzi, de Recife, Pernambuco. Cursa un máster en Madrid y se animó a hacer el Camino cuando vio por Internet la «facilidad de hallar albergue». No leyó el libro de Paulo Coello, pero vio The Way. «El Camino engancha: vine sola para meditar, pero hice amigos», resalta.

Ya de madrugada, con ronquidos de fondo, dos mochileros abandonan de puntillas el dormitorio de seis literas. Al alba, a las 8.00 horas, sale el resto. La calle desierta de Pedrouzo se llena de caminantes cojos que arrastran los pies como zombis. La séptima etapa se adentra por una carballeira invadida por eucaliptos. La pista está cortada por un árbol caído. Los colegiales de Salamanca sacan fotos a las vacas y cantan alegres Alabaré, alabaré a mi Señor y Al partir, de Nino Bravo. El GPS de su profesora, Milagros Pierna, avisa de un giro hacia un prado. «El móvil me dice todo. En Portomarín perdí 2.500 kilocalorías», dice. En un restaurante de la general, la camarera charla en alemán fluido con las alumnas de Lisa, que desayunan en la terraza con sus bandejas llenas. «En verano, a las seis de la mañana tenemos colas enormes de clientes con las frontales encendidas», cuenta. Madrugan para ir a la misa del peregrino de Santiago del mediodía y ver el botafumeiro. Mira su reloj: «Ya no llegáis».

A la salida del bar, pasa cojeando Irene Rincón, de Arganda del Rey. «Vine a rastras desde Arzúa, subía las cuestas marcha atrás, llegué tres horas tarde, pero una chica me hizo compañía», explica. Mira agradecida a la buena samaritana. Su gran aventura fue subir en un tractor. Pararon a un agricultor y las llevó de un marco a otro. «Era mi sueño», dice.

El camino alterna bosques y prados y bordea las pistas del aeropuerto de Lavacolla. Un avión despega mientras el joven portugués Joâo Gomes comenta divertido que esa noche se cayó de la litera. Cuando vuelva a Oporto cambiará «cosas». Le acompaña el médico Ian Matthias Ng, de Singapur. Salió de Roncesvalles sin ropa de nieve y, desde Burgos, viajó en tren a Sarria. «Estaba estresado por mi trabajo: con todo este verde, desconecté», dice. La ruta sigue por un pequeño paraje cenagoso que recuerda a Jurassic Park y desemboca en un túnel de cemento donde un colombiano vende suvenires.

Al poco, el sendero queda encajado entre la carretera y las obras de la autovía Santiago-Lugo. Una excavadora abre un nuevo trazado del Camino. Sigue el bosque, los regatos y la iglesia de Lavacolla. Hay señalización con postes. Propiamente, el sendero milenario del bosque acaba en la subida a San Marcos. A partir de ahí empieza el cemento y el asfalto. Se ven chalés y los obreros reforman casas en ruinas. Por allí aparece el guía Álex Porras, atareado en montar un pícnic en el Monte do Gozo para sus peregrinos vip. Durmieron en un pazo de Arzúa. Asoma la cima del Pico Sacro y, en el vallado, hay colgados decenas de palitos en cruz.

Ya ante el monumento del Monte do Gozo salta la decepción: se divisa la ciudad, pero no las tres torres de la catedral. Las tapa el eucaliptal de la ermita. Al alejarse al prado, se alzan en hilera. Abajo, el albergue del Monte do Gozo tiene pinta de complejo fantasmal, casi abandonado. Fernando Márquez y Fernando Mambrona durmieron allí. Eligen literas de la Xunta porque van a la aventura sin reservar. En O Gozo, sobraban camas. «Éramos cuatro y sin restaurante, salimos de noche a por bocadillos», dice uno.

 Tras el viaducto de la autopista AP-9, comienza un laberinto de cruces y una acera enlosada. Un cartel de Santiago da la bienvenida cubierto de pegatinas y frases de ánimo. ¿Deterioro del Camino? A decir verdad, los marcos de los kilómetros están pintarrajeados con deseos de paz. La senda por San Lázaro transcurre por pavimento agrietado, con adoquines levantados o mobiliario roto, barullo de coches, y pizzerías y terrazas. Se apostó por meter cemento en vez de plantar un túnel vegetal que imitase al Camino. Pero aunque la última milla pasase junto a una chatarrería con neumáticos ardiendo, al peregrino le da igual. Solo piensa en llegar. Al cruzar Fontiñas da pena ver flacos arbolitos de jardín en vez del bosque de carballos y castaños típicos de la ruta. En la rotonda de Os Concheiros hay confusión con las flechas amarillas, pues los anuncios de albergues las imitan. La esquina crea un punto ciego y despista.

 LO PEOR  1. Señales confusas. Proliferan señales amarillas, incluso de negocios privados. Hay puntos ciegos en la rotonda de Fontiñas. 2. Papeleras rebosantes. En el Monte do Gozo la basura desbordaba el contenedor. Dejadez. 3. Máquinas de «vending».  Las expendedoras de bebidas solo funcionan ante casas rurales.

 LO MEJOR  1. El abrazo del Apóstol. Finaliza esta ruta de reflexión y búsqueda personal con un gesto simbólico. Electrizante. 2. El último kilómetro. Bien cuidado por Bonaval. Los peregrinos apresuran el paso al asomar las torres en la calle. 3. Plaza del Obradoiro. Enclave singular donde los mochileros se tumban rendidos y felices.

COMPAÑEROS DE VIAJE. Paolo, de Milán (Italia), sufre el llamado mal del Camino. Con casi 70 años, peregrinó desde Roncesvalles. El paso francés fue cortado por nieve. Es su tercer viaje. Se apoya en un palo y cojea. Va sin prisas: «Soporté nieve, ventisca y lluvia durante un mes. ¡Qué más me da llegar una hora tarde!». Una amiga le dijo: «Paolo, tú sufres el mal del Camino. Terminas y, años después, una voz te llama para que vuelvas».


Lágrimas de emoción al abrazar al Apóstol

Andamios y lonas impiden admirar la catedral y el ruido de rebarbadoras perturba la paz

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https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2018/04/01/lagrimas-emocion-abrazar-apostol/0003_201804G1P8993.htm

Texto: E.V.PITA

Publicado en La Voz de Galicia el 01/04/2018

A solo mil pasos se divisa la Berenguela y los peregrinos dan gritos, saltan o corren a abrazarse.
La bajada por Os Concheiros hasta Santo Domingo de Bonaval está bien cuidada. Es un barrio vivo, con terrazas, cajas de fruta en la calle, coches en doble fila..., pero que conserva la esencia de un casco histórico propio del Patrimonio de la Humanidad. Los anuncios de los negocios carecen de aire medieval. En el cruce de San Pedro, el médico de Singapur da un grito y salta al asomar entre los tejados la torre del Reloj o Berenguela de la catedral. El italiano Paolo acelera la marcha bajando por Bonaval, donde deslucen unos contenedores. Ante el bar Porta do Camiño, una universitaria mexicana que llegó adelantada corre a abrazar a su amiga recién llegada. Lloran emocionadas y ondean felices su bandera tras cinco días a pie. Pasada la plaza de Cervantes, se acelera el pulso.

Por la cuesta de Huertas sube un peregrino alemán que se arrastra a la pata coja dolorido con sus vaqueros rotos. Rehúsa una ambulancia y sigue solo como puede los últimos metros a la catedral. Muchos caen agotados en la plaza del Obradoiro tras admirar la fachada barroca, cubierta con andamios hasta la mitad de las torres, ya limpias.

Para obtener la compostela, el romero debe presentar su credencial en la Oficina de Atención, en la calle Carretas, una trasera del Hostal de los Reyes Católicos. Hace 25 años, la oficina era atendida por don Jaime, ya fallecido, quien preguntaba a cada romero las razones de su viaje antes de expedirle el documento que certifica su peregrinaje. Ahora, el mostrador recuerda a una sucursal bancaria. Los caminantes hacen cola y un marcador electrónico da número de ventanilla para poner el último sello, el de la catedral. La compostela se da gratis y por motivos religiosos o espirituales. No vale alegar solo turismo o deporte, la pueden denegar. El nombre de pila va en latín. Por tres euros dan un certificado de la distancia recorrida. Las siete etapas a pie del chequeo de La Voz preveían 157,5 kilómetros, pero el certificado lo eleva a 165 por la nueva medición. Lo cierto es que los marcos de O Cebreiro carecen de kilometraje.


 En la oficina de atención al peregrino Lisa y sus alumnas alemanas aguardan cola, felices de llegar. La profesora ya obtuvo un certificado de 800 kilómetros. Quieren ver algo de la Semana Santa gallega. Al lado, Kate Matthews espera por su madre Sonia, que busca recuerdos para llevar a Seattle. Está más animada tras caminar con su hija.Por Cervantes, bajan las erasmus milanesas Camila y Elena y cuentan que madrugaron mucho para llegar a tiempo al botafumeiro y grabarlo en vídeo. Tuvieron suerte, no siempre se ve. En la catedral registran las mochilas y los bolsos. Las fotos, sin flash. «El domingo llegaron 800 peregrinos. Es mucho», dice el vigilante. Dentro huele a incienso y se oyen martillazos y rebarbadoras. Es por las obras de rehabilitación del pórtico de la Gloria, tapado con lonas. Abdón Díaz, de Ciudad Real, que completó su quinto camino, esta vez solo, y Sergio Álvarez, pamplonica que lo hizo a plazos en dos años, abrazan felices al Apóstol y visitan la tumba. Pagaron casi 20 euros por cama y 10 por un menú del peregrino. Pocos bares dan ese descuento. Una hostelera replica con sorna: «Peregrino o no, pagas lo mismo en Santiago, tanto si llegas a pie como en avión».


«Llegamos de primeros y nos dieron una comida gratis»

La Oficina de Atención al Peregrino invita a ese menú a los diez primeros que llegan cada día a Santiago

Texto: E.V.PITA
Publicado en La Voz de Galicia el 01/04/2018

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https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2018/04/01/llegamos-primeros-dieron-comida-gratis/0003_201804G1P8994.htm

 En un lateral del Hostal de los Reyes Católicos, bajando hacia Huertas, está el restaurante Enxebre. Un cartel anuncia un menú do Camiño especial para el peregrino por 18,5 euros que incluye cremas de verduras o pescado. Pero algunos comen allí gratis. En la Edad Media, este edificio noble era un hospital y hasta hoy perdura la tradición de dar la bienvenida con una comida a quienes muestren su compostela. La Oficina de Atención al Peregrino invita a ese menú a los diez primeros que llegan cada día a Santiago. Fue el caso de los zaragozanos Fernández Márquez y Fernando Mambrona.

Hicieron el Camino Primitivo en medio de la borrasca Hugo, el sendero se inundó y se metieron a ciegas por un vial hasta Palas de Rei. «Nos cobijamos en una parada de bus en medio del monte», dice uno. Otro día, anduvieron 37 kilómetros hasta el Monte do Gozo. «Llegamos de los primeros a Santiago a poner el sello y pedir la compostela y nos dijeron que nos daban una comida gratis de 12.50 a 13.50 horas», afirma. Muestran en su móvil fotos de las viandas. Siguen camino a Fisterra, fin del mundo.

 MOCHILAS Y SUVENIRES

En San Marcos, el guía Álex Porras preguntó si La Voz halló lo que buscaba en el Camino. La respuesta: «Contamos lo que hay». Cumplida la misión, solo resta recoger la mochila y comprar un recuerdo. Otero Bike Park tiene una consigna de equipajes de peregrinos en la fuente de Os Concheiros, donde lavan y envían bicis y paquetes. El albergue The Last Stamp recoge mochilas transportadas por taxis desde Pedrouzo pero cobra comisión si no son clientes. Cerca de la plaza de Galicia, la dependienta de una pastelería vende una tarta de Santiago: «Si está nublado, la gente viene».

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